Lugar a la ira

“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.” Romanos 5:9

En nuestro hablar diario existen diversos lenguajes que aplicamos de acuerdo al contexto que ocupamos en determinado momento. Para muchos es transparente, pero haciendo memoria a mi infancia, veía como mi padre tenía un lexico laboral muy distinto al que utilizaba con nosotros en la casa. Es normal, en el trabajo se habla de projectos, presupuestos, etc.; más en la casa hablábamos de los viajes, visitar a la abuela, etcétera, etc.

Muchas palabras pasan por la boca del hombre, sin darnos cuenta que en ocasiones nuestro lenguaje cambia de acuerdo al contexto. Cuando en dicho contexto damos lugar a la ira, entonces comenzamos a pecar contra Dios.

Escribió el apóstol Pablo:“

Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia.” Efesios 4:29-31

Cuando de nuestra boca salen palabras que no edifican, inmediatamente contristamos al Espíritu Santo. Es como un barco que empieza a undirse, si todos en la tripulación empiezan a maldecir y hablar lo que no conviene, el agua continúa entrando al barco; si todos se unen y están de acuerdo (cosa que sólo puede hacer el Espíritu Santo), entonces pueden lograr salir a flote.

Las palabras deshonestas son como un ancla que nos unde más en los problemas. Es como la rebeldía del pueblo de Israel camino a la tierra prometida: mientras más se quejaban, más se le prolongaba su prueba. Es asunto terrenal, como lo escribe apóstol Pablo:

“Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca.” Colosenses 3:5-8

Si usted se libra de los cinco frutos del pecado que habita en nosotros, Ud. puede sertirse un candidato indiscutible para entrar en la Gloria Divina. Pero sepa que como Cristiano, hay otros cinco que Ud. y yo debemos dejar y entre ellas está la ira. Ahora, si todavía estamos trabajando en cualesquiera de los cinco primeras, debemos saber que la ira de Dios puede sobrevenir sobre nosotros. Recuerde, que el juicio de Dios empieza por su casa; no estamos exentos.

¿Por qué?

“Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, quien murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él.” 1Timoteo 5:9-10

Cuando me airo, pierdo tiempo; cuando pierdo tiempo, se lo quito a Dios; cuando no hablo con Dios, pierdo comunión con El. ¡No importa lo que pase hermano (sea que veles o duermas), nuestro objetivo es alcanzar salvación! Jesucristo es quien nos libra de la ira venidera (1 Timoteo 1:10).

“Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.” Santiago 1:19-20

Dar lugar a la ira está en nuestra condición pecaminosa. Por eso el apóstol Santiago nos dice que seamos tardos, porque sería una hipocresía el negar que existen ocasiones en que sentimos que podemos perder el control. Ahora, cuando el hombre de Dios se aira, inmediatamente deja de hacer la voluntad de Dios, porque ha contristado al Santo Espíritu. Entonces, la ira detiene la justicia de Dios y llama a la ira de Dios:

“Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” Romanos 1:18

El airame y las palabras deshonestas que salen de mi boca, producen injusticia e impiedad, lo cual me aparta de Dios. Por eso el apóstol Pablo nos dice: “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo.” Efesios 4:26-27
Nuestra victoria está en no perder el control, ni dar lugar al diablo, porque existe una persecusión de ira contra nosotros para que desechemos los mandamientos, ordenazas y decretos de Dios (Apocalipsis 12:12b-13).

Aquí viene al tapete el ejemplo de los contextos que explicaba al principio de este escrito. Nosotros podemos tomar control al no dar lugar al diablo, gracias al Espíritu Santo y no permitir que la ira que está en nuestra sangre, nos arrastre al pecado. ¡Bien! Pero existe un mal que está en nosotros que Dios quiere tratar: Debemos mostrar frutos de arrepentimiento.

Al leer la Palabra de Dios expresa en la Biblia, aprendemos cómo agradar a Dios y cómo comportarnos de la forma como a El le agrada. Pero Nuestro Señor quiere trabajar también con nuestro corazón; que le amemos desde nuestro corazón hacia afuera y que todo lo que salga de nuestra boca no nos contamine ni haga fracasar a otros (Marcos 7:1-23).

“Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras.” Mateo 3:7-9

No podemos engañar a Dios, no puede ser burlado. Podemos estar en el contexto eclesiástico y comportarnos como a Santos se requiere, pero Dios está observando los demás contextos donde nos desenvolvemos. Hemos aprendido y sabemos qué hacer para hallar salvación, pero nuestro corazón no se ha arrependido del todo. Hermanos, si continuamos así ¿qué fruto recibiremos?

“Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia” Romanos 2:5-8

Cuando en mi corazón doy lugar a la ira y otros frutos del pecado, estoy amontonando tesoros para destrucción. Dice la escritura “…perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad…”, es decir, que niegan su voluntad para lograr alcanzar el galardón eterno. Entonces, la contienda me aleja de la verdad, siendo esto de tal manera que venimos a ser siervos de la injusticia, en total contradicción al supremo llamamiento de Dios (Romanos 6:17-18).

Entonces, ¿qué podemos hacer?

• Ser sinceros primeramente con nosotros mismos,
• luego para con Dios,
• con nuestros hermanos en la fe
• y todos a quienes debemos dar testimonio de la verdad.

Si somos pueblo de Dios (como lo son los judíos desde tiempos muy remotos), fijémonos en lo siguiente:

“He aquí, tú tienes el sobrenombre de judío, y te apoyas en la ley, y te glorías en Dios, y conoces su voluntad, e instruido por la ley apruebas lo mejor, y confías en que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, instructor de los indoctos, maestro de niños, que tienes en la ley la forma de la ciencia y de la verdad. Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios? Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros.” Romanos 2:17-24

Debemos abrir nuestros ojos a la “incongruencia del cristiano”, que es similar a la de los fariseos que tanto Nuestro Señor Jesucristo corrigió. Y en la corrección no hubo injustucia, porque siendo sus hijos debía disciplinarlos y amonestarlos, entonces, ¿cuánto más nosotros?

Esta verdad contundente de Dios, suprime todo argumento que podamos tener unos contra otros. Al final Dios ve nuestro hombre interior, porque,

“Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios.” Romanos 2:28-29

No somos hijos de Dios porque andemos como evangélicos, no somos hijos de Dios porque nos comportemos religiosamente; sino, cuando el Espíritu Santo pone en nosotros la simiente de Cristo, la cual nos constriñe y nos lleva al arrepentimiento. Mi rango, cargo, actividad o fama, no me hace excento del pecado, más aún, si confío en éstas cosas por encima del sacrificio de Jesus en la cruz, me convierto en ignorante de las escrituras.

No tengamos por inmunda la sangre del Cordero (Hebreos 10:29), sabiendo que no somos dignos de la misericordia y de la longaminidad de Dios, procuremos presentarnos como hombres que necesitan cada día más de Dios, en vez de pretender que ya lo hemos alcanzado.

“Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo” 1 Pedro 5:6.

Dios les bendiga.